Eat&Diet

Anemia Ferropénica


La anemia ferropénica es considerada un síntoma y no una patología propia. Se caracteriza por la disminución de la concentración de hemoglobina en el organismo, por que disminuye la capacidad de transportar oxígeno en la sangre a causa del déficit de hierro y con ello se produce la disminución del número de los glóbulos rojos formados por unidad de volumen. Las causas de esta patología se deben entre otras a una dieta pobre en hierro y desequilibrada en cuanto a la ingesta recomendada y los requerimientos, una mala absorción de éste por diversas patologías (enfermedad de Crohn, celiaquía, cirugía) o pérdida de hierro por sangrado (embarazos, menstruación, úlceras…;).

Los síntomas comienzan siendo leves, tal como debilidad o cansancio general, irritabilidad, fatiga con más frecuencia a la hora de realizar ejercicio físico, dolores de cabeza o dificultad para concentrarse y van haciéndose cada vez más relevantes a medida que empeora la anemia.

El tratamiento dietético consiste en aumentar el hierro de la dieta de manera gradual hasta alcanzar los niveles de hemoglobina normales.

La absorción de hierro se ve favorecida por la Vitamina C (ácido ascórbico) y la Vitamina A. El ácido ascórbico mejora la absorción del hierro no hémico ya que convierte el hierro férrico en hierro ferroso, el cual atraviesa mejor la mucosa intestinal, aumentando su absorción. La vitamina A mantiene al hierro soluble y disponible para que pueda ser absorbido, ya que compite con otras sustancias que se unen a él y lo hacen poco absorbible. La combinación de vitamina A con hierro se usa para mejorar la anemia ferropénica.

Entre los componentes que reducen la absorción se encuentran el ácido fítico (fitatos), los taninos, las proteínas vegetales y el calcio. El ácido fítico se encuentra en arroz, legumbres y granos enteros. La industria alimentaria ha disminuido el contenido de fitatos de estos alimentos utilizando enzimas como fitasas, capaces de degradar el ácido fítico y así aumentar el uso del mismo. Los tantinos se encuentran en algunas frutas, vegetales, café, té (negro, verde), vinos, chocolate, frutos secos y especias (orégano). Pueden disminuir la absorción ya que se combinan con el hierro formando un complejo insoluble. Las proteínas vegetales de la soja, también tiene un efecto inhibidor del contenido del hierro no hémico. Por último, el calcio cuando se consume junto al hierro en la misma comida, disminuye tanto la absorción del hierro hémico como la del no hémico.

Las recomendaciones dietéticas consisten en ingerir de 2 a 3 veces/semana legumbres secas y acompañar la carne o el pescado con una pieza de fruta cítrica (fresas, piña, naranja, kiwi, etcétera). Tomar todos los días una lata de berberechos de 60g aproximadamente y acompañarlo con limón exprimido. Consumir verduras como espinacas, brócoli, espárragos o col rizada y acompañarlos de carnes o pescados por la noche. Aderezar con tomillo o perejil las comidas y las cenas. Desayunar algunos días a la semana cereales enriquecidos en hierro. Aumentar el consumo de carnes rojas a 3/veces por semana, como la carne de ternera, caballo o cordero. Consumir de 2 a 3 veces/semana hígado acompañando las comidas principales. Aderezar con pipas de calabaza las ensaladas (2 cucharadas soperas de pipas peladas), incluir semillas de sésamo (2 – 3 cucharadas/día) en ensaladas, yogures, mezclado con comidas tipo arroces, sopas, etcétera e incluir el consumo de ostras una vez por semana.

Alimentos aconsejados

Yema de huevo, Espárrago, Espárrago blanco, Pimienta blanca, Pimienta negra, Garbanzo seco, Alubias rojas, Lenteja seca, Albaricoque desecado, Melocotón desecado, Uva pasa, Almendra sin cáscara, Cacahuete sin cáscara, Nuez pelada, Piñones sin cáscara, Pistacho, Morcilla, Salchichón, Anguilas, Angulas, Atún, Bonito, Boquerón, Almeja, chirla, berberecho, Caracol, Mejillón, Berberechos, almejas y similares en conserva, Anchoas en aceite, Atún, bonito, caballa y otros en escabeche, Bacalao salado, Berberechos al natural, Mejillones en conserva, Galletas, Galletas Omega-3, Colacao, Epazote, Galanga, Hierbaluisa, Castaña cruda, Soja seca, Ostras, Gulas, Alubias, Hígado de cerdo, Hígado de cordero, Hígado de ternera, Hígado de pollo, Lentejas cocidas.

Obesidad androide y ginoide

Obesidad de tipo androide, central o abdominal: la grasa acumulada se concentra mayormente en la parte superior del cuerpo. La mayor cantidad de grasa se dispone en abdomen, pecho y rostro. También se dice que el cuerpo adquiere forma de “forma de manzana”. Este tipo de obesidad es más típica de hombres que de mujeres. En mujeres, puede aparecer en situaciones de cambios hormonales (durante la menopausia o durante el embarazo). La obesidad androide tiene mayor riesgo que la obesidad ginoide, debido a la ubicación de la grasa corporal, ya que los órganos que se ven más afectados son corazón, pulmones, hígado y riñones. Esto representa un factor de riesgo adicional para sufrir enfermedades coronarias, También el riesgo de diabetes suele aumentar en población que padece este tipo de obesidad.

Obesidad de tipo ginecoide, ginoide o periférica con «forma de pera», la grasa acumulada se deposita por debajo de la cintura. Se concentra mayoritariamente en glúteos y muslos. Más común en mujeres que en hombres. El exceso de grasa se deposita en gran medida en la parte inferior del cuerpo (abdomen, muslos, nalgas, y piernas) Esta obesidad afecta principalmente a riñones, vejiga, útero y otros órganos, ya que el exceso de grasa afecta negativamente a todo el organismo. La aparición de problemas en las piernas, como varices, hinchazón, problemas circulatorios y cansancio excesivo, es bastante frecuente. La obesidad periférica presenta un menor riesgo cardiovascular.

Dieta Blanda

La dieta blanda es un tipo de dieta recomendada para mitigar problemas relacionados con el aparato digestivo – boca, garganta, estómago, intestinos, tanto de tipo gástrico (diarrea, úlcera, gastritis) como disfagia (dificultad para tragar), cirugía en la mandíbula, la boca o tubo digestivo, utilización de aparatos dentales y reflujo gastroesofágico.

Hay dos maneras de entender la «dieta blanda», con un fundamento distinto en cada caso. En uno, se modifica la textura de ciertos alimentos para facilitar el proceso alimentario a quienes tienen problemas de masticación (dieta mecánica). En el otro, se adaptan los alimentos y las formas de cocinado hacia una fácil digestión para quienes tienen problemas digestivos o están próximos a una intervención quirúrgica.

La dieta blanda de fácil masticación consiste en modificar la manera de cocinar los alimentos y en seleccionar los productos de cada grupo que sean fáciles de digerir. El objetivo es provocar el mínimo estímulo digestivo, con el fin de evitar complicaciones en su estado de enfermedad o afectación. En líneas generales, esta dieta es:

Baja en grasas: carnes magras (pollo, pavo, ternera), pescados blancos (merluza, gallo, lenguado,…;), huevos en tortilla o revueltos; Pobre en fibra: frutas no ácidas sin piel, muy maduras, asadas o en compota, verduras suaves no fibrosas y cocinadas, sin legumbres; Con pocos azúcares simples. Leche y yogures desnatados, gelatinas, consomés, pan tostado o del día anterior, pasta.

Por otro lado, las comidas se distribuyen en varias tomas a lo largo del día y en pequeños volúmenes, para no saturar la capacidad y funcionalidad digestiva. Además no se admiten: alimentos y/o especias picantes, ácidos, platos muy condimentados; excitantes como el café, el té, el cacao o las bebidas alcohólicas. Tan importante como la selección de alimentos es la forma de cocinarlos. En la dieta blanda de protección gástrica están indicadas de forma particular las cocciones suaves: hervidos, al vapor, papillote, baño María…

La dieta blanda en texturas está diseñada para personas con problemas digestivos (úlcera péptica, úlcera duodenal, hernia de hiato, gastritis…).

También se indica en los momentos previos a una intervención quirúrgica o durante los días posteriores a la misma, en el periodo de convalecencia.

La dieta blanda de fácil masticación o dieta mecánica es adecuada para quienes tienen dificultad para masticar alimentos. En este grupo se enmarcan quienes han sufrido algún trastorno neurológico (una enfermedad degenerativa como el Alzheimer, un ictus, etc.) que les impide hacer de forma correcta el proceso de masticación y deglución; quienes no tienen suficientes dientes como para masticar de forma correcta; y las personas que atraviesan procesos inflamatorios y dolorosos de la boca, como el periodo de adaptación a la ortodoncia. Las particularidades dietéticas se podrían resumir en: dieta variada, equilibrada y con una selección de alimentos y texturas blandas, que permiten una fácil masticación. En comparación con la dieta blanda de protección gástrica, las restricciones (tanto en alimentos como en forma de cocinado) son menores. Solo se limitarán -según tolerancia- los alimentos o preparaciones culinarias de consistencia dura o astillosa (frutas duras, carnes magras, pan o alimentos integrales, etc.)

Lavar o no lavar el pollo, esa es la cuestión

TENGO QUE LAVAR EL POLLO ANTES DE COCINARLO? 

Seguramente la mayoría de las personas tendemos a lavar el pollo, ya sea entero o troceado, bajo el grifo antes de cocinarlo con el objetivo de quitar impurezas, porque ¿cómo voy a echar en la sartén, en la cazuela o meter en mi horno esa carne llena de bacterias?

Pues la realidad es que lavándolo solamente conseguimos incrementar el riesgo de toxiinfección alimentaria, ya que al poner la carne bajo el grifo, salpican gotas de agua que vehiculan bacterias, lo que hace que se propaguen por nuestra cocina, nuestra ropa, nuestros utensilios para cocinar…etcétera.

El mayor peligro de la carne de pollo reside en contagiarse con la bacteria Campylobacter que junto a Salmonella es uno de los microorganismos más implicados en toxiinfecciones en todo el mundo. La enfermedad que provoca es la campilobacteriosis que provoca una gastroenteritis aguda.

Entonces, ¿cómo prevengo el contagio de campilobacteriosis o salmonelosis si no puedo lavar el pollo antes de cocinarlo?

Para prevenir contagios es importante seguir unas buenas prácticas de manipulación que detallo a continuación:

-Cadena del frío: es muy importante refrigerar entre 0 y 4 grados centígrados el pollo una vez comprado hasta el momento de su elaboración.

-Descongelación: en el caso de haber congelado el pollo, lo descongelaremos siempre en refrigeración para su elaboración, nunca a temperatura ambiente y evitaremos el microondas ya que no descongela de manera uniforme.

-Evitar contaminaciones cruzadas: para ello, el pollo crudo o los materiales que hayan contactado con el pollo crudo, no contactarán con el pollo una vez cocinado. Para ello, lavaremos las manos después de tocar la carne cruda y utilizaremos diferentes cuchillos, tablas y recipientes para el pollo crudo y el pollo cocinado. En caso de no poder usar diferentes utensilios, los lavaremos bien antes de usarlos para el pollo cocinado.

-Tratamiento térmico: necesariamente el centro del producto debe alcanzar al menos 74,1 grados centígrados para asegurarnos la destrucción bacteriana. Todas las partes deben estar bien cocinadas para su consumo.

-Mantenimiento del producto una vez cocinado: Lo ideal es consumir inmediatamente después del cocinado y de no poder ser así, el pollo deberá mantenerse en caliente (por encima de 65 grados centígrados) o bien refrigerarlo hasta su consumo.

Siguiendo estas prácticas de higiene, evitaremos la mayoría de las enfermedades transmitidas por alimentos y recuerda que…

LA SALUD DE LOS COMENSALES ESTÁ EN LAS MANOS DE QUIÉNES COCINAN!

Nuria Méndez Junquera

Tecnólogo de alimentos